martes, 22 de noviembre de 2016

Miradas, luces y reflejos

Cuando se vieron por primera vez, él estaba radiante, y ella se sintió inundada de luz. En ese momento, supieron que el propósito de su existencia vivía en su mirada mutua, muda de palabras.

Él continuó su camino, y ella el suyo; caminos diversos, pero que de tiempo en tiempo les permitían volverse a encontrar. Él la hacía sentirse más hermosa que nunca cada vez, y cada vez volvían a tener que separarse, pues ambos sabían que su destino nunca sería estar juntos.

Una noche, ella no pudo evitar presenciar una acalorada discusión entre un hombre y una mujer a través de la ventana. No podía oír lo que decían, pero comprendía el mensaje que transmitían las perladas lágrimas de ella y el brillo sudoroso de él.

Ella le miró, él la miró; se miraron, y él comprendió. Ellos nunca podrían disfrutar del privilegio de la unión que aquella pareja parecía destinada a romper… pero tenían que hacer algo. Y había algo que podían hacer.

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El hombre despertó y levantó la cabeza, sorprendido por los extraños tonos de luz que se filtraban por los sucios cristales. Salió al exterior, repentina y completamente despejado.

Vio venir a su mujer, como cada tarde que venía para llevárselo borracho a casa. Al mirarla a los ojos, quedó atrapado en la luminosidad reflejada que sacaba la belleza más profunda de su interior, como si su alma quedara al desnudo. En ese instante su interior se fundió, y un solitario destello de arrepentimiento y amor entrelazados se deslizó suavemente por su curtida mejilla.


Juntos, se dieron la mano y levantaron la vista. No recordaban haber visto nunca un horizonte tan hermoso. Curiosamente, el sol y la luna parecían fundirse en un abrazo.

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