Érase vez una pequeña hormiga. Se la conocía como A29-9, A de Avanzada y nacida
la número 29 de la 9ª puesta. Las avanzadas eran las exploradoras, las que no seguían
el rastro de sus hermanas, aquellas que debían abrir el camino para todas las
demás.
A 29-9 pertenecía a un hormiguero relativamente grande. Todas sus
hermanas seguían sus impulsos naturales. Ya al nacer cada una sabía cuál sería
su cometido y así todo el hormiguero sobrevivía a los obstáculos y crecía.
Tenía hermanas obreras, O; recolectoras,
R; luchadoras, M; y libres, L. El último
grupo era el más especial. Eran las voladoras, las hijas favoritas de los
padres. O al menos esa era la impresión que daba. Su impulso nada más nacer era
vivir su propia vida. En cuanto tenían la edad suficiente se marchaban del nido
sin mirar atrás. Cogían todo lo que necesitaban del hormiguero y se iban.
Parecía algo egoísta y envidiable; pero A 29-9 sabía que la mayor parte de sus
hermanas L morirían antes de ver cumplido su sueño.
Él prefería su cometido. Descubría el mundo sin perder su hogar, él
ayudaba a su familia encontrando nuevas fuentes de alimento, localizando
peligros y buscando nuevas posibilidades. Lo único que echaba de menos era estar
en grupo durante su misión: sus hermanas recolectoras caminan en fila, las
obreras trabajan codo con codo en los túneles, las luchadoras acuden al rescate
de las más pequeñas. Él iba solo, aunque se esforzaba en encontrarse con otras
avanzadas, en caminar de vez en cuando con las recolectoras e incluso arrimaba el
hombro cuando un atacante amenazaba a su familia. Pero su principal objetivo
era conocer el mundo. Y para eso no podía ir a la velocidad de sus hermanas.
Por eso estaba solo cuando se topó con L 8. No era la primera vez que la encontraba.
Era una hermana voladora que iba y venía del hormiguero. Con el tiempo había
conseguido formar un pequeño hormiguero no muy lejos de allí, pero no terminaba
de arraigar y muchas veces mandaba a sus hijas a robar de las reservas del
hormiguero que la vio nacer. E incluso así, L 8 se veía obligada en multitud de
ocasiones a salir de su incipiente hogar a buscar ella misma sustento para su
familia.
A 29-9 la había encontrado otras veces. La primera vez fue cuando volvía
al hormiguero después de encontrar una nueva charca de agua. L 8 salía del nido
cuando todavía no controlaba del todo su cuerpo, más grande que el del resto, y
se llevó por delante túneles que no estaban del todo afianzados. A 29-9 y
cientos de sus hermanas tuvieron que dar un rodeo para entrar al hormiguero
durante varios días hasta que las agobiadas obreras consiguieron repararlos.
También la vio una vez guiando a sus propias hijas hacia una de sus granjas y
robando a su familia, nutriéndolas a partir del esfuerzo de otros. Incluso la
había arrastrado al hormiguero alguna vez que la había encontrado tendida en el
suelo, exhausta y derrotada, para que se recuperara. L 8 nunca se lo había
agradecido, no estaba en su naturaleza. Ella sólo sentía el imperioso impulso
de cumplir con su función, con su deseo. Pero A 29-9 volvió a acercarse cuando
la vio atrapada bajo una ramita.
Desesperada, L 8 aleteaba y pateaba con las 5 patas que le quedaban
libres. A 29-9 estudió la escena mientras se aproximaba. La ramita era casi 100
veces más grande y pesada que él, pero A 29-9 nunca se había parado a pensar en
los límites de su fuerza. Y solamente tenía que moverla un poco para que
pudiera liberarse. Con determinación, se aferró con las mandíbulas a la madera
y empujó. L 8 se revolvió en el suelo y consiguió zafarse.
Una tenue caricia del aire precedió al peligro. Una descomunal bestia negra aterrizó de golpe
junto a ellos. Sólo sus alas eran 2 ó 3 veces más grandes que todo el cuerpo de
la hormiga. A 29-9 sabía que era un insecto depredador, una amenaza. Una tenue
sensación de terror le inundó. Se volvió a toda prisa para escapar; pero L 8
apoyó sus patas sobre él para alzar el vuelo y le hizo desestabilizarse lo
suficiente como para que el depredador le acorralara. Lucharía, él era más
rápido; aunque sabía que no tenía posibilidades. El horripilante monstruo consiguió
alcanzar una de sus patas, destrozando la articulación. A 29-9 asestó su más
potente mordedura sobre un ala del insecto; pero era demasiado grande, no
conseguiría herirlo de gravedad. Se marcharía luchando por su familia.
Cuando las pinzas se quedaban ya sin fuerzas, A 29-9 dejó de patear;
todavía sin soltar la presa. Era el fin, la energía iba evaporándose de su
ajado cuerpo… Pero no llegó el esperado vacío. Una hermana más grande que él se
había interpuesto. Era M 4-9, la luchadora más fuerte de su generación. Había
acudido en su ayuda. Y no era la primera vez. Aquella soldado parecía su ángel
de la guarda, siempre ahí cuando la necesitó. No fue la única. A 18-3 y A 4-11,
hermanas avanzadas como él también se abalanzaron sobre su maltratado cuerpo y
tiraron de él hacia un lugar seguro. Algunas hermanas más fueron llegando y
rodearon a la criatura. M 4-9, aguerrida como era, contuvo al furioso ser hasta
que pronto llegó el resto de la tropa y redujeron al atacante. Las recolectoras
no tardaron en despiezar al depredador y nutrir a la familia con sus restos. A
29-9 se alegró mientras era conducido al hormiguero al ver que aquel
sufrimiento al final serviría de algo. El dolor y la incertidumbre al haber
perdido una pata revolvieron aquel sentimiento. Eso sí, no volvería a acudir en
ayuda de L 8.
Días más tarde, después de una desesperante temporada de recuperación, A
29-9 pudo retomar su rutina. Ya acostumbrado a caminar sólo con 5 patas, A 29-9
salió a reconocer un área inexplorada. Su vida era demasiado corta como para
permanecer inactivo en el subsuelo. El mundo le esperaba. Vio a una de sus
hermanas voladoras. Tiraba de un enorme trozo de comida, demasiado grande para
que cualquier hormiga por su cuenta pudiera con él. La reconoció: era L 8. Su
primer impulso fue acudir en su ayuda, estaba en su naturaleza, entre los dos
podrían cargar la comida hasta el hormiguero de L 8; pero se detuvo. ¿Volvería
a cometer el mismo error?