—¿Aparecerá
esta noche el hombre lobo? — preguntó Javier, tratando de ocultar su
intranquilidad con una sonrisa.
El tufillo del
MIEDO inundaba el corrillo de niños. El patio del colegio parecía un páramo
helado. El frío se colaba entre los resquicios de su abultado plumas y le hacía
tiritar.
—¡No seas
tonto! Los hombres lobo no existen — le espetó Nacho, el más alto de la clase.
—Además, no hay
luna llena.
—Pero es el día
de todos los muertos.
—Se dice el Día
de Todos los Santos, y es mañana — corrigió Patri, su mejor amiga—. Y además,
Nacho tiene razón. — A Patri le gustaba Nacho—. ¿A que sí, Mariposa?
—Sí que existen—
murmuró ella. En realidad se llamaba María Paloma Ochoa Santos; pero su mejor
amiga empezó a llamarla Mariposa y ahora todos, salvo los profesores, la
llamaban así.
— ¿Has visto
alguno acaso? — dio un paso Nacho, enfurruñado.
Mariposa apartó
la mirada. Sí, lo había visto. Muchas veces. Su madre se lo había explicado.
Pero también le había dicho que era un secreto. Y que los secretos sólo eran
importantes si no los contabas. Pero no estaba nada bien mentir.
—Sí…
Una histérica
carcajada restalló en el grupo de niños; pero se apretujaron un poco más.
—¿Has visto a
alguien con cara de lobo aullando a la luna?
—No — reconoció
ella—. Los hombres lobo de verdad no son así. Son personas que se vuelven locas
algunas noches y hay que esconderse y taparse los oídos.
Otra carcajada
colectiva.
—¡Eso no son
hombres lobo! — desestimó Jaime, al que todos llamaban Jaimito porque todavía
medía un palmo menos que la mayoría.
«Sí lo son», se dijo Mariposa. Pero no
quería discutir. Y casi había contado el secreto.
Al final del
recreo, cuando sonó la campana, Patri se acercó a ella.
—No está bien
decir mentiras, Mariposa.
—No son
mentiras, Patri. Te lo juro. — No podía dejar que su mejor-mejor amiga pensara
que era una mentirosa—. De veras que conozco a uno.
—Odio a las
mentirosas, Mariposa.
—¡No soy una
mentirosa!
—¿Y dónde has
visto a ese hombre lobo, tía lista?
—Es que es un
secreto.
—Ya, claro.
—Te lo juro,
Patri.
—Soy tu mejor
amiga. Guardaré tu secreto. Cuéntamelo.
Mariposa fue a
negarse; pero podía confiar en ella. Siempre habían guardado sus secretos, como
que a ella le gustaba Nacho y a Mariposa le gustaba Antonio y después Nacho.
Así que se apretó a la oreja de su mejor amiga, rodeándola con las manos y se lo contó.
—¡Eres una
mentirosa! — Patri se alejó dos pasos de ella, con gesto enfurruñado.
—Es verdad,
Patri. Pero no digas nada, que es un secreto. Y sólo confío en mi mejor amiga.
Ella torció la
boca, cavilando. Finalmente sonrió y le dio un beso en la mejilla sin hacer ni
un ruido.
—¡Beso de
Mariposa!— susurró haciendo referencia a su saludo secreto.
—Beso de Pez — respondió
ella apretando las mejillas y colocándole los labios en el moflete.
Mariposa se fue
a casa contenta. Al día siguiente era fiesta y Patri no la odiaba y la creía.
Pero al llamar a la puerta escuchó unos gritos. ¿El hombre lobo? Era muy
pronto, normalmente pasaba por la noche.
Su madre abrió
la puerta con los ojos enrojecidos.
—¿Qué pasa,
mami?
—Nada, hija,
buenas tardes. Pasa…— su madre apartó la mirada al ver el coche saliendo del
garaje.
—¡Adiós, papá!—
se despidió Mariposa haciendo aspavientos con la mano. No respondió, ni siquiera
la miró—. ¿Qué le pasa a papá?
—En su trabajo
son malos con él, hija. Así que tenemos que cuidarle mucho, ¿vale?
—¡Vale!
Mariposa
merendó e hizo los deberes. Los de Matemáticas eran difíciles; pero su madre le
ayudó. Y los de Inglés y los de Lengua fueron muy divertidos, eran historias de
terror que había que leer. A Mariposa siempre le había encantado leer. Cuando
anocheció cenaron las dos solas y después a dormir. Era Halloween, pero sus
padres nunca lo habían celebrado y nunca le habían dejado salir a disfrazarse
con sus amigos. Pero a cambio le dejaban comer dulces el Día de Todos los
Santos.
Mariposa se
despertó sobresaltada. Golpes. Y gritos. El hombre lobo. Hacía casi un mes que
no pasaba; pero la última vez su madre se tuvo que esconder con ella y cerrar
la puerta mientras él gritaba y rompía cosas. Se levantó, medio dormida.
—¿Mamá?
—Hija, mi vida,
vuelve a la cama y cierra la puerta, ¿vale?
Su madre tenía
un ojo hinchado y un hilillo de sangre en la comisura de la boca. Iba con el
teléfono en la mano.
—Mami, escóndete
conmigo y nos tapamos los oídos una a la otra.
—No, hija. No
puedo ir. Entra en tu cuarto y cierra la puerta, ¿vale? No salgas pase lo que
pase. Y no olvides taparte bien los oídos. — Le besó en la coronilla, como
hacía siempre antes de ir al colegio—. Te quiero mucho, Mariposa mía.
Ella obedeció
algo confundida. Los gritos fueron a más. Tanto que ni siquiera sus manitas
podían silenciarlos. Pero Mariposa era una niña obediente, así que se quedó en
su cuarto. Incluso cuando el hombre lobo empezó a aporrear la puerta y a
gritarle que saliera.
Días más tarde,
su mejor amiga Patri se abrazaba a su padre. Al salir de la iglesia, en la que
todo el mundo lloró, su madre susurró que no volvería a ver a Mariposa. Dijo que
se había ido a vivir a otro país; pero ella sabía lo que había pasado. Había
sido el hombre lobo, que se la había llevado.
—Papi, tú no te
conviertas en Hombre Lobo, por fi…