martes, 16 de mayo de 2017

CÓMO ERES AHORA

El quitamiedos vuela a toda velocidad detrás de la ventana, interrumpido por los borrones de los postes de luz. El paisaje, más perezoso, avanza lentamente exhibiendo sus arbolillos y rocas en un segundo plano. El cielo, inmutable, permanece en un eterno azul que lo absorbe todo. Ha pasado ya el suficiente tiempo como para que el viaje esté resultando aburrido. Se oye una canción de hace 20 años que sólo le gusta a tu padre. Tamborileas el ritmo sin querer con los dedos. Suspiras y tratas de estirar los tensos músculos del cuello. Haces un comentario ingenioso, de los tuyos, consiguiendo que toda tu familia se ría y renueve la conversación que se había ido extinguiendo. Sonríes mientras las chanzas surcan el aire del coche de un lado para otro. Vuelves a suspirar. No te apetece llegar. Significaría ponerte a estudiar. Al menos estás más cerca de lograr tu meta. Y siempre está bien estar con la familia. Tus ojos vuelven a la repetitiva imagen a través de la ventana. Casi te agotas al sentir la carrera del quitamiedos, como si fueras tú el que estuviera recorriendo los cientos de kilómetros y no el coche.
Un ruido. Un giro brusco en el que todo da vueltas. Los neumáticos chillan por la fricción. Tu familia a tu alrededor se aferra a cualquier cosa, tan aterrada como tú mismo. Un estallido de dolor en la cabeza. Todo blanco.
Una lágrima cae sobre tu mano. Te sorprende, es la primera en mucho tiempo. El agua de la ducha inunda la salada prueba de tu pesar y lo sustituye por la potable y universal calma que todos compartimos. Recordar es doloroso. La muerte de alguien importante para ti supone un antes y un después, sobre todo si es la primera. Y lo sabes. Sientes que todo lo que has volcado en él se diluye, derramado sobre el infinito. Temes haber quedado vacío, que todo lo bueno que te hacía sentir se haya perdido en la insondable neblina del pasado. No quieres convertirte en un cascarón sin contenido. No puedes depender de nadie, por mucho que signifique. Vuelves a imaginarte siendo él mientras respiraba por última vez. No lo has vivido pero le conoces. Te vienen a la mente las otras muertes que ya habías experimentado y que, aunque menos sorprendentes, también te hicieron cambiar: un abuelo, una tía que apenas veías, una mascota, un vecino al que ni conocías… Sales de la ducha y te secas, dispuesto a mantener dentro el sufrimiento que corría sin control acompañado del agua. Él querría que rieras igual. Él querría que no dejaras de disfrutar de la vida, que no lo perdieras todo.
Empieza un nuevo día y no le ves a tu lado. Sientes su presencia en su ausencia. Apenas eres consciente, hasta que lo piensas, de que sólo falta uno de todos los que te rodean. Pero no es un uno cualquiera. No dejas que el torrente vuelva a desbordarse. Miras a tu alrededor y ves a todos los demás, que también te importan. Pero les ves como si fueran espejismos, fantasmales imágenes que se evaporan si te acercas. Percibes los débiles hilos que os unen y temes por su fragilidad. Hablas con ellos, ríes con ellos, soportas el peso de la vida con ellos. Y das un paso más. Ese hilo ha de ser un lazo, ese lazo ha de ser una cuerda, esa cuerda ha de ser una cadena. Antes te detenían la vergüenza, el miedo, la pereza, la desidia. Ahora no. Te sientes más valiente. Ya has perdido; pero quieres volver a intentarlo. Quieres aprovechar al máximo cada segundo que te puedan ofrecer todos aquellos a los que valoras. Por fin te decides a llamar a este o al otro, por fin te obligas a desempolvar aquel secreto que habías guardado en un armario, por fin estiras los músculos que se atrofiaban por el desuso. No quieres más espejismos.
Pasan las semanas, los meses y los años. Tu seguridad ha crecido y te sientes más fuerte que nunca. Entras a la ducha y abres el grifo. El agua comienza a correr y de pronto, después de tanto tiempo, ves un paisaje perezoso detrás de un velocísimo quitamiedos bajo un eterno azul. Pero tú ya no eres el mismo. Sigues escuchando el ruido, sintiendo el giro y el estallido de dolor que termina en un infinito blanco; pero ya no cae la lágrima sobre tu mano. No lo has olvidado, simplemente ya no eres el mismo. Las cadenas que has ido forjando llevan su nombre.