miércoles, 5 de agosto de 2020

Viaje a Brasil

Hace frío en los hospitales, demasiado aire acondicionado. ¿Dónde estarán esas dichosas gafas de ver de cerca? Ah sí, encima del sillón de visitas. ¿Y el libro? Míralo vieja, a los pies de Manuel. ¡Ay Manuel, cómo pasan los años! Cualquier día de estos… ¡y tú aquí, con todos estos tubos, con lo poco que te gustan los hospitales! Bueno, vamos a ver, por donde iba…

Faustina se arrebuja en el chal, se pone las gafas, abre el libro y comienza la lectura en voz alta. Es una guía de viajes sobre Brasil. Nunca ha viajado fuera de España, y sus hijos se la regalaron hace unos meses cuando Manuel y ella cumplieron cuarenta años de casados, junto con dos billetes de avión y los papeles de la agencia de viajes. Un sueño cumplido… hasta que el maldito bicho lo tiró todo por tierra. Pero Faustina es una cabezota: Manuel y ella se iban de viaje, así que todos los días lee en voz alta sobre los puntos de interés planificados para ese día en el itinerario.

“El Cristo Redentor o Cristo del Corcovado es una enorme estatua de Jesús de Nazaret con los brazos abiertos mostrando a la ciudad de Río de Janeiro, Brasil. La estatua tiene una altura de 30,1 metros sobre un pedestal de 8 metros…” ¿Te imaginas, Manuel? ¿Te lo imaginas puesto en Madrid, en Plaza Castilla, en vez del palo ese dorado? La verdad que…

Manuel sigue inconsciente, pero por un breve instante se atisba el guiño fugaz de una sonrisa.

Un día más en la carretera

En el norte hace frío. Flexiono mis dedos agarrotados y dejo que se recuperen al calor del motor. Ha sido una mañana dura de trabajo, y ya no soy tan joven como antes.

Terminada la entrega, hago un gesto de saludo, y arriba otra vez, a la carretera, mi vieja amiga.

Vivimos tiempos difíciles. Me gusta creer que estoy aportando mi granito de arena para que no lo sean tanto para mucha gente.

Muchos me preguntan que cómo lo aguanto, y que si no tengo miedo; otros me dan las gracias por nuestra ayuda y servicio en estos últimos meses de pandemia. La verdad, no he hecho más que mi trabajo, como venía haciendo los últimos veinte años; solo que ahora quizá he dejado de ser invisible.

Tengo solo mis pensamientos como compañeros de viaje. Dialogo con ellos sobre mi familia, mis amigos, y los paisajes que contemplamos. A falta de televisión tengo un buen parabrisas, y no existe libro equiparable a la realidad que pasa ante mis ojos. Soy feliz.

Mientras las horas pasan lentamente junto al espejo retrovisor, veo pasar las bicicletas y las tablas de surf, y sonrío. Un día más en la carretera para que los demás puedan disfrutar de sus vacaciones.