miércoles, 2 de noviembre de 2016

EL HOMBRE LOBO

—¿Aparecerá esta noche el hombre lobo? — preguntó Javier, tratando de ocultar su intranquilidad con una sonrisa.
El tufillo del MIEDO inundaba el corrillo de niños. El patio del colegio parecía un páramo helado. El frío se colaba entre los resquicios de su abultado plumas y le hacía tiritar.
—¡No seas tonto! Los hombres lobo no existen — le espetó Nacho, el más alto de la clase.
—Además, no hay luna llena.
—Pero es el día de todos los muertos.
—Se dice el Día de Todos los Santos, y es mañana — corrigió Patri, su mejor amiga—. Y además, Nacho tiene razón. — A Patri le gustaba Nacho—. ¿A que sí, Mariposa?
—Sí que existen— murmuró ella. En realidad se llamaba María Paloma Ochoa Santos; pero su mejor amiga empezó a llamarla Mariposa y ahora todos, salvo los profesores, la llamaban así.
— ¿Has visto alguno acaso? — dio un paso Nacho, enfurruñado.
Mariposa apartó la mirada. Sí, lo había visto. Muchas veces. Su madre se lo había explicado. Pero también le había dicho que era un secreto. Y que los secretos sólo eran importantes si no los contabas. Pero no estaba nada bien mentir.
—Sí…
Una histérica carcajada restalló en el grupo de niños; pero se apretujaron un poco más.
—¿Has visto a alguien con cara de lobo aullando a la luna?
—No — reconoció ella—. Los hombres lobo de verdad no son así. Son personas que se vuelven locas algunas noches y hay que esconderse y taparse los oídos.
Otra carcajada colectiva.
—¡Eso no son hombres lobo! — desestimó Jaime, al que todos llamaban Jaimito porque todavía medía un palmo menos que la mayoría.
«Sí lo son», se dijo Mariposa. Pero no quería discutir. Y casi había contado el secreto.
Al final del recreo, cuando sonó la campana, Patri se acercó a ella.
—No está bien decir mentiras, Mariposa.
—No son mentiras, Patri. Te lo juro. — No podía dejar que su mejor-mejor amiga pensara que era una mentirosa—. De veras que conozco a uno.
—Odio a las mentirosas, Mariposa.
—¡No soy una mentirosa!
—¿Y dónde has visto a ese hombre lobo, tía lista?
—Es que es un secreto.
—Ya, claro.
—Te lo juro, Patri.
—Soy tu mejor amiga. Guardaré tu secreto. Cuéntamelo.
Mariposa fue a negarse; pero podía confiar en ella. Siempre habían guardado sus secretos, como que a ella le gustaba Nacho y a Mariposa le gustaba Antonio y después Nacho. Así que se apretó a la oreja de su mejor amiga,  rodeándola con las manos y se lo contó.
—¡Eres una mentirosa! — Patri se alejó dos pasos de ella, con gesto enfurruñado.
—Es verdad, Patri. Pero no digas nada, que es un secreto. Y sólo confío en mi mejor amiga.
Ella torció la boca, cavilando. Finalmente sonrió y le dio un beso en la mejilla sin hacer ni un ruido.
—¡Beso de Mariposa!— susurró haciendo referencia a su saludo secreto.
—Beso de Pez — respondió ella apretando las mejillas y colocándole los labios en el moflete.
Mariposa se fue a casa contenta. Al día siguiente era fiesta y Patri no la odiaba y la creía. Pero al llamar a la puerta escuchó unos gritos. ¿El hombre lobo? Era muy pronto, normalmente pasaba por la noche.
Su madre abrió la puerta con los ojos enrojecidos.
—¿Qué pasa, mami?
—Nada, hija, buenas tardes. Pasa…— su madre apartó la mirada al ver el coche saliendo del garaje.
—¡Adiós, papá!— se despidió Mariposa haciendo aspavientos con la mano. No respondió, ni siquiera la miró—. ¿Qué le pasa a papá?
—En su trabajo son malos con él, hija. Así que tenemos que cuidarle mucho, ¿vale?
—¡Vale!
Mariposa merendó e hizo los deberes. Los de Matemáticas eran difíciles; pero su madre le ayudó. Y los de Inglés y los de Lengua fueron muy divertidos, eran historias de terror que había que leer. A Mariposa siempre le había encantado leer. Cuando anocheció cenaron las dos solas y después a dormir. Era Halloween, pero sus padres nunca lo habían celebrado y nunca le habían dejado salir a disfrazarse con sus amigos. Pero a cambio le dejaban comer dulces el Día de Todos los Santos.
Mariposa se despertó sobresaltada. Golpes. Y gritos. El hombre lobo. Hacía casi un mes que no pasaba; pero la última vez su madre se tuvo que esconder con ella y cerrar la puerta mientras él gritaba y rompía cosas. Se levantó, medio dormida.
—¿Mamá?
—Hija, mi vida, vuelve a la cama y cierra la puerta, ¿vale?
Su madre tenía un ojo hinchado y un hilillo de sangre en la comisura de la boca. Iba con el teléfono en la mano.
—Mami, escóndete conmigo y nos tapamos los oídos una a la otra.
—No, hija. No puedo ir. Entra en tu cuarto y cierra la puerta, ¿vale? No salgas pase lo que pase. Y no olvides taparte bien los oídos. — Le besó en la coronilla, como hacía siempre antes de ir al colegio—. Te quiero mucho, Mariposa mía.
Ella obedeció algo confundida. Los gritos fueron a más. Tanto que ni siquiera sus manitas podían silenciarlos. Pero Mariposa era una niña obediente, así que se quedó en su cuarto. Incluso cuando el hombre lobo empezó a aporrear la puerta y a gritarle que saliera.

Días más tarde, su mejor amiga Patri se abrazaba a su padre. Al salir de la iglesia, en la que todo el mundo lloró, su madre susurró que no volvería a ver a Mariposa. Dijo que se había ido a vivir a otro país; pero ella sabía lo que había pasado. Había sido el hombre lobo, que se la había llevado.
—Papi, tú no te conviertas en Hombre Lobo, por fi…

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