Todos los días ocurre lo
mismo. Desde mi puesto en el control de la planta tengo una visión privilegiada
de lo que sucede.
Habitación 712. Para algunos
médicos, esto es lo que hay en ella: paciente mujer de 72 años, con estos
antecedentes, estos síntomas, este diagnóstico y este tratamiento a seguir.
Están cinco minutos, comprueban que todo se cumple según lo previsto, y a la
siguiente habitación.
Para otros médicos, en
esa habitación está Juana. Una paciente de 72 años, con una enfermedad crónica
del pulmón por la cual tiene tendencia a sufrir infecciones. Saben que lleva
mucho tiempo en el hospital, por lo que pasan más de cinco minutos. Se aseguran
de que Juana se encuentra a gusto esa mañana. Le preguntan por la familia y le
aseguran que al día siguiente volverán para comprobar que sigue recuperándose
bien y a gusto.
Desde mi puesto justo
enfrente de la habitación 712, observo lo mismo todos los días.
Habitación 712. Aparece
Susana, a quien todos conocemos como Susi. Ella no viene a comprobar los
diagnósticos ni los tratamientos de Juana. No los conoce. Susi viene a limpiar.
Susi está más de cinco minutos.
Juraría que no ha habido día que haya estado menos de quince. Porque Susi ve a
Juana como una mujer de 72 años, que nació en León, viuda y con dos hijos.
Posiblemente se sabe los síntomas mejor que cualquier médico que trata a Juana.
Sabe que duerme mal y que le encantan los lirios. Una vez a la semana le trae
unos nuevos para que los cambie.
Susi habla con Juana, ríe
con Juana, llora con Juana. Hablan de sus familias, del trabajo de Susi, del
difunto marido de Juana. Y todos los días, Susi se despide de Juana con un
beso. Le promete que al día siguiente le contará las historias que oye en su
programa de radio favorito.
Y Susi se va. Todos los
días, la veo marchar desde mi puesto de control, enfrente de la habitación 712.
Una mañana, los médicos
pasan más tiempo en la habitación de Juana. Parecen contentos. Le dan unos
papeles, le estrechan la mano. Le dicen en broma que ojalá no vuelvan a verla.
Que disfrute en su casa, con tranquilidad. Le desean suerte y se van.
Esto no pasa todos los
días.
Juana viene a verme.
Desde mi puesto en el control, la veo acercarse. Se despide de mí, y me pide
que cuando vea a Susi le entregue algo. Una carta. Ella no va a poder, porque
su hijo ya viene a buscarla. Y Juana se va.
Habitación 712. Susi,
sentada en la cama, termina de leer la carta con lágrimas en los ojos. Con una
sonrisa de agradecimiento, limpia la habitación de Juana. Con un cariño inmenso
se deshace de los lirios que aún permanecían en un jarrón. Y Susi se va.
Desde mi puesto de
control, en ese lugar privilegiado, contemplando la habitación vacía, no puedo
dejar de preguntarme quién curó verdaderamente a Juana.
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