Sus cansados
ojos le miraban, cada vez más vacíos y perdidos. Le hizo una suave caricia en
la mano. Sabía que a él le gustaba. Le sonrió. Pero pronto volvió a sumirse en el infinito
océano que iba ahogándole poco a poco, año a año.
-Hoy también
hace frío, compañero – le dijo.
Sí que hacía
frío, aunque no en casa. Allí estaban calientes y lejos de la humedad del
invierno. Allí no dolían las
articulaciones. Pero no podían estar todo el rato metidos en casa. Necesitaban
salir. No podía dejar que el vacío siguiera conquistando los ojos de su
compañero. Volvió a rozar la mano arrugada y cubierta de manchas y alguna
heridita, pero lo hizo con cuidado. No quería hacerle daño.
-¿Tantas
ganas tienes de pasear? Si ya hemos salido antes… ¿o no?
Él suspiró,
con su comprensiva mirada, esperando a que tomara la decisión. Tenían que
salir, no es que tuviera especial necesidad en aquel momento; pero su compañero
sí que lo necesitaba, necesitaba volver al mundo de vez en cuando.
-Está bien –
finalmente accedió, levantándose del sillón, cogiendo sus pantuflas entre
quejidos y poniéndose un abrigo largo y un sombrero –. Vamos – indicó cogiendo
la correa y acercándose a la puerta.
Él rozó el
costado de su morro contra la pierna de su compañero, recordándole que debía
atarse a su cuello para no perderse. Una vez unidos para no separarse, salieron
del apartamento.
-Pero qué caprichoso
eres, compañero –farfulló mientras se peleaba con las escaleras de su primer
piso.
Esperó
pacientemente a que su compañero humano terminara de bajar las escaleras y le condujo
a la puerta de la calle. Ladró una vez, alegre porque el brillo de los ojos de
su compañero y el aroma que desprendía cuando volvía a ser feliz inundara de
nuevo su presencia.
Por fin se
abrió la puerta y pudo sacar a su compañero a la calle, devolverle un pedazo de
vida a su monótona vejez. A él también le dolían las patas con el frío y el
esfuerzo, pero haría cualquier cosa por su compañero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario